El Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario, Año A

17-09-2023


Salmos Responsoriales





Antífona de la Entrada

Concede, Señor, la paz a los que esperan en ti,
y cumple así las palabras de tus profetas;
escucha las plegarias de tu siervo, y de tu pueblo Israel.
(Sirácides 36, 18)



Primera Lectura

Eclesiástico (Sirácide) 27, 33 - 28, 9

Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo, el pecador se aferra a ellas. El Señor se vengará del vengativo y llevará rigurosa cuenta de sus pecados.

Perdona la ofensa a tu prójimo, y así, cuando pidas perdón se te perdonarán tus pecados. Si un hombre le guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir la salud al Señor?

El que no tiene compasión de un semejante, ¿cómo pide perdón de sus pecados? Cuando el hombre que guarda rencor pide a Dios el perdón de sus pecados, ¿hallará quien interceda por él?

Piensa en tu fin y deja de odiar, piensa en la corrupción del sepulcro y guarda los mandamientos.

Ten presentes los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo. Recuerda la alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas.



Salmo Responsorial

Salmo 102, 1-12

Respuesta:

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

Estrofa 1:

Bendice, alma mía al Señor,
   y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía al Señor,
   y no olvides sus beneficios.


Estrofa 2:

Él perdona todas tus culpas
   y cura todas tus enfermedades;
   él rescata tu vida de la fosa
   y te colma de gracia y de ternura.


Estrofa 3:

No está siempre acusando,
   ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados,
   ni nos paga según nuestras culpas.


Estrofa 4:

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
   se levanta su bondad sobre sus fieles;
   como dista el oriente del ocaso,
   así aleja de nosotros nuestros delitos.



Segunda Lectura

Romanos 14, 7-9

Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor. Porque Cristo murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos.



Aclamación antes del Evangelio

Juan 13, 34

Les doy este mandamiento nuevo, dice el Señor,
   que se amen unos a otros como yo los he amado.



Evangelio

Mateo 18, 21-35

En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contestó: «No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete».

Entonces Jesús les dijo: «El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.

Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: ‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.

Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’ Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.

Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».



Antífona de Comunión

Señor Dios, qué preciosa es tu misericordia.
Por eso los hombres se acogen a la sombra de tus alas.
(Salmo 35, 8)

O bien:

Antífona de Comunión 2

El cáliz de bendición por el que damos gracias,
es la unión de todos en la Sangre de Cristo;
y el pan que partimos
es la participación de todos en el Cuerpo de Cristo.
(1 Cor. 10,16)





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