El Trigésimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario, Año B: Segunda Lectura
Hebreos 7, 23-28
Hermanos:
Durante la antigua alianza hubo muchos sacerdotes,
porque la muerte les impedía permanecer en su oficio.
En cambio, Jesús tiene un sacerdocio eterno,
porque él permanece para siempre.
De ahí que sea capaz de salvar, para siempre,
a los que por su medio se acercan a Dios,
ya que vive eternamente para interceder por nosotros.
Ciertamente que un sumo sacerdote como éste era el que nos convenía:
santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores
y elevado por encima de los cielos;
que no necesita, como los demás sacerdotes,
ofrecer diariamente víctimas, primero por sus pecados
y después por los del pueblo,
porque esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
Porque los sacerdotes constituidos
por la ley eran hombres llenos de fragilidades;
pero el sacerdote constituido por las palabras
del juramento posterior a la ley,
es el Hijo eternamente perfecto.